En la noche sin desesperanza del 29 de julio, Cristina Pacheco intentaba reseñar en 120 minutos medio siglo realizando crónicas de vidas y tradiciones. A la manera de ecos le llegaban los recuerdos sobre rutas del rancho al pueblo y del barrio a la colonia: ahí estaban el primer encuentro con una escalera, que subió y bajó sentada; los años universitarios vistiendo el mismo suéter, la misma falda, los mismos huaraches; trabajos variopintos, entre ellos “carbonera” (persona dedicada a levantar del piso el papel carbón de los documentos); y su ingreso en los años 60 a las letras, primero transcribiendo relatos de literatos afamados en el área de Difusión Cultural de la UNAM, después como escritora.
Fue en el diario EL POPULAR donde, entre anuncios y obituarios, consiguió dos veces por semana espacio para reseñar libros editados por la UNAM; y así añadir unos pesos más a su labor secretarial. Doña Cristina se inventó el seudónimo: CROMO (por Cristina Romo Hernández, su nombre de soltera).
Una de aquellas reseñas correspondió a los ANNALES, escrito por el cónsul romano Tácito. El texto de CROMO iniciaba, según la autora, más o menos así: “Apareció el libro más reciente de Tácito”. Razón por lo cual Cristina Pacheco, con candoroso orgullo, presumió esa noche el haber escrito: “la peor nota de cualquier latitud”.
FIN
Edmundo Bastarrachea Vázquez
Fue en el diario EL POPULAR donde, entre anuncios y obituarios, consiguió dos veces por semana espacio para reseñar libros editados por la UNAM; y así añadir unos pesos más a su labor secretarial. Doña Cristina se inventó el seudónimo: CROMO (por Cristina Romo Hernández, su nombre de soltera).
Una de aquellas reseñas correspondió a los ANNALES, escrito por el cónsul romano Tácito. El texto de CROMO iniciaba, según la autora, más o menos así: “Apareció el libro más reciente de Tácito”. Razón por lo cual Cristina Pacheco, con candoroso orgullo, presumió esa noche el haber escrito: “la peor nota de cualquier latitud”.
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Edmundo Bastarrachea Vázquez
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